Ha recorrido medio mundo como un mortal que no deja de asombrarse de lo más mínimo que nace de los pueblos. Ha sido monje, docente, editor periodístico y hasta corrector del diccionario chino-español. Su vida se resume en la pasión casi genética por el carnaval y su extensión cultural.
Por: Gennys Álvarez
“Yo soy de un pueblito casi desconocido en el mundo, que queda en las estribaciones de la Sierra Nevada de donde baja un río de aguas cristalinas que se precipitan sobre un lecho de piedras grandes y pulidas como huevos prehistóricos. Esa tierra es más conocida hoy en día como Macondo, pero realmente es Aracataca”, es el primer renglón biográfico que por obligación se debe escribir de Eduardo Márceles Daconte, un magdalenense que enterró su amor en el carnaval de Barranquilla. Es periodista, crítico de teatro, investigador y columnistas de importantes diarios del país, ¡Ah! Y fue amigo personal de Gabo. Su vida la ha dedicado a promover la cultura colombiana, su música, las tradiciones, literatos y pintores.
En una visita sorpresiva a Santa Marta busqué la manera de conocerlo y saber más sobre su reciente libro: “16 danzas emblemáticas en el carnaval de Barranquilla”, un texto que resume la historia, coreografía, trajes y música que rodea los bailes más representativos de esta fiesta del Caribe, algo así como una guía ilustrada ‘Para dummies’. Y allá en una casa blanca, en medio del bosque rural de la ciudad, con el sol que casi se oponía y el ruido de los pájaros que aún se sentía, me atendió.
Márceles de barba y cabello blanco, párpados caídos, anteojos redondos, camisa tropical y una sencillez para contar que, en sus setenta y tantos años ha tenido la fortuna de estar en medio mundo aprendiendo y enseñando.
Es hijo de Carlos Márceles Orellano, un porteño, inspector nacional de educación de oficio y una cataquera con sangre italiana, Imperia Daconte Calle, a los cuales les gustaba el carnaval y sin buscarlo, tal vez, le transmitieron ese espíritu al pequeño Eduardo que gozaba con disfrazarse de cumbiambero, marimonda y monocuco, y que además le era casi una devoción religiosa ir a ver los nacientes desfiles que se organizaban en la Barranquilla de los años 50.
Tomando el libro y con una mirada de un hombre que tiene vivo esos recuerdos me dijo, “Mi abuelo Antonio Daconte era casi cofundador de Aracataca, un caserío al que llevó elementos innovadores como el cine, las bicicletas y los billares”, un aspecto algo llamativo, era conocer otros personajes que las historias oficiales a lo mejor no incluyen. Eduardo, sin que los ladridos de un viejo perro y el sonido de las bocinas de los que venden pescado y verdura lo desconcentrara, contaba cómo después de sus 19 años empezó a recorrer países y continentes como cualquier mochilero, en barco, bus, tren, camello y hasta en elefante. En un momento aprovecha y se ríe por unos instantes sin perder la compostura.
Estados Unidos, India, España, donde trabajó como traductor en la instalación de un reactor nuclear; fueron sus sitios de aventura hasta el 1975 cuando regresó de nuevo a Colombia. “Un día recibí la invitación para ir a la Universidad de Shanghái en China por un año. Para mí era como aterrizar en otro planeta, yo no entendía nada porque literalmente, todo estaba en chino (otra vez se ríe)… Pero aquella etapa inicial se prolongó más y al terminar viajé a Estados Unidos donde fui docente en Miami y curador multicultural en el Museo de Queens”, contó.

Caía la tarde, los perros empezaban a callarse y ahora el turno era para los pájaros, seguía con Eduardo a la par que mirábamos las fotos de su libro. Entre otros datos relevantes, soltó que en 2003 empezó a escribir la biografía de Celia Cruz que por esos días había fallecido, “Oye, eso causó celos entre escritores cubanos”… “Antes de meterme en ese recorrido – dijo el maestro – quiero decirte que mi mamá no era costurera pero era aficionada a diseñarme los disfraces. Desde pequeño me empezaron a gustar las danzas. Recuerdo que el martes de carnaval lo llamaban ‘La conquista’, día en el que se reunían las cumbiambas en el Paseo Bolívar, y allá no podíamos faltar. Esos recuerdos me acompañaron en cada viaje, y te confieso, los añoraba”.
Nos agarró la oscuridad, el sol se escondía y para una buena fotografía debíamos movernos de sitio, porque aunque ya iba una hora de entrevista aún faltaba mucha tela por cortar o algunas historias por contar, mejor dicho, faltaban muchas páginas por leer.
UNA INVESTIGACIÓN MINUCIOSA DE LAS DANZAS
La razón por la que Eduardo Márceles estaba en Santa Marta era por la promoción del libro que me causaba curiosidad, su hijo literario, que recoge 9 años de maduración de la idea, investigación, selección del material y producción.
Ya acomodados seguimos enfocados pero ahora en el texto, ¿Cómo surge? y ¿Qué contiene? “En 2013 a mí me invitaron a República Dominicana a participar en un Simposio que se denominaba ‘Música, Folclor y Danzas en el Caribe’, y yo dije para dentro de mí, pero estos elementos están en el Carnaval. Preparé una ponencia y llevé unas imágenes que los fascinó a todos porque estaban descubriendo otra faceta que no conocían del carnaval, a pesar que ellos también tienen un carnaval. Yo tengo que enviarles un libro a los dominicanos y decirles gracias, porque ellos me inspiraron” (se ríe).
La idea era hablar de algo que para algunos es común, pero no para un personaje que no traga entero, que vive y busca sentir como a quienes está investigando. El fin, dice Eduardo, era en un lenguaje periodístico sin jergas científicas y sin tecnicismos, explicar la orfandad histórica por la que pasaban las danzas; no había hasta entonces, cronología, fundadores y simbolismos, que se explicaran en la conformación de estos bailes. Había una laguna cultural.
“Descubrí que casi todas estas danzas nacieron en las orillas del río Magdalena, por alguna razón se movieron de pueblos y terminaron en Barranquilla donde se representaban mejor. Lo primero que hice – Gennys- fue comprarme una buena cámara, fui a la Casa del Carnaval a solicitar una credencial como investigador para entrar sin restricción a codearme con los danzantes, y empecé a tomar todas las fotos que pude”, dijo Márceles.
Mostrando las imágenes y repitiendo que no era fotógrafo profesional pasaba hoja tras hoja del libro; retratos fantásticos que muestran no solo un momento sino una experiencia que entre 2016 y 2020 Eduardo descubrió en los lugares de ensayo y los desfiles de la Batalla de Flores, la Gran Parada de Tradición y de Comparsas.
“Entre carnaval y carnaval viajé a los pueblos a entrevistar a los directores. Te cuento que todo el contenido es original, inédito, porque si bien se han escrito muchos libros sobre las carnestolendas, ninguno habla exclusivamente de las danzas. En cuatro años logré tomar 4 mil imágenes, más de unas danzas que otras por las características propias de cada una, pero en el libro hay 377 imágenes, todas son mías”, continuó Márceles.
La danza de Congos, Comparsa de Marimondas, danza del Garabato, comparsa Los Auténticos Monocucos, danza del Paloteo, los Coyongos, la cumbiamba, Son de Negro, los Gallinazos, los Diablos Arlequines, las Farotas de Talaigua, El Imperio de las Aves, los Indios de Trenza, la danza del Caimán, la danza de Micos y Micas y la comparsa Negritas Puloy, son las danzas que certificó la Unesco el 7 de noviembre del año 2003 como obra maestra del patrimonio oral e inmaterial de la humanidad, la mayoría de estas con características zoomorfas, donde los animales son los protagonistas.

EL APORTE DEL MAGDALENA AL BAILE TRADICIONAL DEL CARNAVAL
Obviando en este punto cualquier discusión sobre la antiquísima pelea académica sobre si el carnaval nació en Santa Marta o Barranquilla, seguimos ojeando el libro estructurado de manera didáctica. “¿Sabías que en mi investigación concluí que 4 de las 16 danzas nacieron en el Magdalena?”, me dijo, lo que de inmediato me generó más admiración.
“Empecemos por la danza del Caimán, basada en la leyenda que surgió en Ciénaga a finales de los siglos XVIII o XIX sobre el reptil que se comió a una niña. En este mismo municipio se originó la danza del Garabato, en el seno de una familia que vendió su idea al Country Club de Barranquilla. También la danza del Paloteo que nace en Gaira y mudándose al barrio Rebolo tiene su auge. La última es la danza de Indios de Trenza Chimila cuyos inicios se ubica en el corregimiento de Isla del Rosario” cuenta Eduardo, leyendo con asombro las fechas y otros datos de su fundación, y lanzando un suspiro de aprobación dijo: “las danzas son el alma del pueblo”.
Casi terminando la conversación llegamos a un punto no menos importante, la clase social detrás de las danzas, gente humilde. “Te pongo un ejemplo, la danza el imperio de las aves no es del Magdalena pero fue fundada por vendedores de plátanos en Barranquilla que venían de la Sierra Nevada y que tenían nostalgia por los pájaros hermosos que habían dejado de ver y escuchar. Se reunieron para hacerle un homenaje a esos animales”.
UN LIBRO QUE LE DA LA VUELTA AL MUNDO
Márceles Daconte concibe que las cuarentenas por la pandemia fueron claves para dedicarse de lleno al libro, a la traducción al inglés de sus 250 páginas. Dice que con esta obra cierra su historia del carnaval, no porque aburra o no haya otra cosa qué descubrir, sino para seguir contándosela al mundo. Se imprimieron mil ejemplares, que ya están repartidos entre Alemania, Francia, Estados Unidos y Colombia.
Para cerrar, ya entre oscuro y claro porque el sol se había ido en su totalidad, le pregunté si aceptaba el título de ‘Embajador del Carnaval’ y más que una respuesta, complementó mi afirmación, “yo me considero un impulsador de la cultura mi país en el exterior. Donde quiera que he estado he impulsado el carnaval y el Caribe”.
Así finalizamos la conversación y en un tono de propuesta me recomendó tomar una cámara como lo hizo él y tomarle fotos a todos los disfraces tradicionales del carnaval y buscarle sus orígenes, y además me dijo “la gente los aprecia pero sería bueno que conozcan más sobre ellos”.
Y de este diálogo diré como escribió Juan al final de su libro bíblico, que muchas otras cosas conversamos, pero si las escribiera no habría lugar para tanto texto.
Cayó la noche y con un apretón de manos terminamos esta historia.