La tarde del 29 de agosto en Los Ángeles, California, se vivió una escena de angustia que pudo haber terminado en tragedia. Un hombre robó un automóvil estacionado frente a una tienda 7-Eleven, sin percatarse —o ignorando deliberadamente— que en el interior permanecían tres niños pequeños, de entre 2 y 9 años de edad.
La madre de los menores había dejado el vehículo abierto y encendido mientras entraba brevemente a la tienda. Esa decisión facilitó el robo y desencadenó una peligrosa persecución policial por calles concurridas de la ciudad.
El sospechoso, a bordo del sedán, aceleró a gran velocidad, se saltó un semáforo en rojo e impactó violentamente contra otro coche. El choque detuvo la huida y dejó escenas de caos: los niños resultaron heridos y debieron ser trasladados a un hospital cercano. Las autoridades confirmaron más tarde que sus lesiones no ponen en riesgo su vida.
El padre de los menores, que viajaba en un vehículo separado y presenció parte del incidente, intentó interceptar al ladrón, pero en el proceso también resultó lesionado.
La policía de Los Ángeles detuvo al sospechoso en el lugar del accidente, aunque no ha revelado de inmediato su identidad ni los cargos exactos que enfrentará. Se prevé que deba responder por robo de vehículo, secuestro y conducción temeraria, entre otros delitos graves.
El caso ha generado debate en la comunidad, tanto por la temeridad del robo como por la negligencia de dejar un automóvil encendido con niños dentro, una práctica que las autoridades han advertido en repetidas ocasiones como riesgosa.
Mientras los menores se recuperan de las heridas, el hecho deja una advertencia clara: en cuestión de segundos, un descuido puede abrir la puerta a una situación de alto peligro.