En una base militar ucraniana, un soldado del 14.º Regimiento Independiente de Sistemas Aéreos No Tripulados ajusta cuidadosamente las hélices de un An-196 “Liutyi”, uno de los drones de largo alcance más sofisticados del arsenal de Kiev. Su destino: el corazón industrial y energético de Rusia.
En los últimos meses, Ucrania ha intensificado su ofensiva aérea con vehículos no tripulados capaces de alcanzar objetivos a más de 1.000 kilómetros de distancia, cruzando la frontera y golpeando directamente refinerías, depósitos de combustible y centros logísticos clave para el ejército ruso. Estos ataques no solo buscan debilitar la maquinaria bélica del Kremlin, sino también enviar un mensaje de capacidad tecnológica y autonomía militar en medio de la guerra que ya supera los tres años.
Los drones Liutyi, cuyo nombre significa “Feroz” en ucraniano, se han convertido en símbolo de la nueva fase del conflicto: una guerra de precisión e inteligencia más que de masas. Fabricados parcialmente con componentes nacionales, combinan motores ligeros, cámaras térmicas y sistemas de navegación satelital que les permiten operar a grandes distancias y con baja detección por radar.
Fuentes militares en Kiev aseguran que estos aparatos pueden transportar cargas explosivas capaces de inutilizar instalaciones energéticas críticas. En los últimos ataques, varios complejos petroleros situados en regiones como Tartaristán, Samara y Briansk sufrieron incendios de gran magnitud tras impactos directos atribuidos a estos drones.
La estrategia ucraniana apunta a golpear la infraestructura energética rusa, buscando reducir la capacidad logística y de financiamiento de Moscú, cuya economía depende en gran medida de la exportación de crudo y gas. A su vez, estos ataques generan una presión interna que el Kremlin intenta minimizar ante la opinión pública.
El despliegue de drones como el An-196 Liutyi marca un cambio en la guerra moderna: la tecnología ha reducido las distancias, permitiendo que un pequeño equipo de operadores pueda alterar el equilibrio estratégico a miles de kilómetros de su base. Mientras tanto, en la fría madrugada de Ucrania, el zumbido de los drones que despegan se ha vuelto una constante —una sinfonía mecánica que anuncia que el frente ya no está solo en las trincheras, sino también en el cielo.







